Esta Europa tan cercana, tan nuestra; crisol de culturas sustentado desde hace mucho tiempo en paradigmas como la religión (cristianismo en todas sus versiones: católicos, ortodoxos, protestantes, etc.) y en la tentación de unir los sueños de la Europa imperial con el de las naciones: Carlo Magno y el Sacro Imperio Germánico; también Napoleón y, ya en el pasado siglo, Hitler quisieron poseer Europa. Que desde el siglo XVIII en todo lo que respecta a movimientos sociales, economía, industria, pensamiento, etc. vienen siendo Inglaterra, Francia y Alemania los países con más influencia. Que después de la segunda gran guerra no ha cejado en el empeño de plantear la unidad de todos los países que la integran como el elemento esencial para la continuidad… ¿quiere de verdad la necesaria igualdad de todos ellos, aboga por el respeto, por la cooperación y por la salvaguarda de los ventiocho?
La idea de una Europa unida surgió para evitar nuevos conflictos y ponerse a cubierto de las diferencias entre Rusia y Estados Unidos. Saltándonos los motivos del cómo, quiénes y cuándo se construyó la Unión Europea (UE); podemos señalar que, de aquel galimatías previo a lo que es hoy la UE, España era únicamente como un mero componente de su mapa geográfico hasta enero de 1986, quedando muy claro que los primeros pasos obedecieron a motivos económicos y antibelicistas. De haberse tenido en cuenta la cultura y las raíces que deberían unirnos y consolidarnos, quizás, la participación de España hubiera tenido que ser, en justicia, tan o más importante que la de cualquiera de sus socios fundadores: la civilización grecorromana de la que España participó y extrajo su cultura, el sostenimiento del Cristianismo, los reinos germánicos (visigodos), las expresiones artísticas (arquitectura, literatura, etc.), la Ilustración tardía, el liberalismo temprano y su aniquilación por aquellos cien mil hijos de …. San Luis venidos de la“Europa civilizada” y un rufián de los de aquí llamado Fernando VII, etc. etc., todo esto sin tirar de armario y sacar la reconquista o el sacrificio español frente a la invasión turca en pro de mantener el principal ligamento – El Cristianismo.
¿Entonces por qué será que uno siente un profundo malestar, una mentira mal contada, un despecho del que espero no haya nunca necesidad de revancha? Ese sentimiento está ahí, pese a ser los españoles los más europeístas, con premio “Príncipe de Asturias” incluido. Sentimos “MADRASTREO”, no tenemos la sensación de reciprocidad, de ser tenidos en cuenta, de ser – de verdad – la tercera o cuarta potencia económica de la UE, o de que se valore lo de guardar y proteger su flanco sur-oeste.
Será por nuestras peculiaridades, por nuestra manera de ser, por nuestra pésima diplomacia, por nuestro lento y puede que inoperante sistema judicial, por nuestra izquierda y derecha aderezadas de separatismos – todos irreconciliables – que ni siquiera se reconocen miembros del único cuerpo que es España, a cuyos símbolos se les ultraja y se les falta al respeto desde dentro sin el mínimo pudor y, lo que es peor, sin que nadie vele por lo contrario.
Podría ser también porque el español es la lengua latina más extendida y la segunda más hablada de occidente, o quizás por ser el país más extenso después de Francia de la Europa occidental y el cuarto más grande después de Rusia y Ucrania; o porque estamos separados por los Pirineos y no participamos de la Europa húmeda y verde llena de ríos navegables y cada vez más emponzoñados; o tal vez sea porque pese a los totalitarismos que nos tocaron vivir en tiempos no muy lejanos y que también afectaron al centro de Europa, supimos permanecer al margen de las dos grandes guerras que asolaron gran parte de ella.
Es sabido que en la Primera Guerra Mundial, de haber participado España a favor de Alemania otro gallo hubiera cantado, y había suficientes motivos ya que Francia e Inglaterra tenían contenciosos abiertos con España: Marruecos, Gibraltar, la ayuda inglesa a USA en Cuba (1898) y la resolución tomada por Francia para la renuncia de España a Cuba, Puerto Rico y filipinas, que condujo al tratado de París (10.12.1898).
Ya en la Segunda Guerra, España no había terminado de contar sus bajas ni de poner en claro el alcance de sus tierras devastadas por la Guerra Civil – mesa de ensayos de lo que se avecinaba – ; lo cierto es que en ambas contiendas mundiales nuestra negativa a participar favoreció más a los aliados, sin embargo la neutralidad se vio enseguida acosada por la “hispanofobia”, que por desgracia venimos arrastrando de largo (leyenda negra), tampoco se tuvo en cuenta que se permitiera el establecimiento de las bases USA rompiendo así la balanza y protegiendo los intereses europeos frente al avance del Pacto de Varsovia.
Decir aquí y ahora que la “hispanofobia” es un hecho que se corresponde en alguna medida con la dictadura franquista sería más que ridículo. Son hechos superados y la dichosa fobia está ahí y más que señalada. No deja de sorprender que se nos vuelva a ningunear, a dejar nuevamente al pie de los caballos, a pretender tutelar, desde la ocultación y las sombras, lo que por derecho solo le corresponde a España; a una España que hoy más que nunca necesita saberse dueña de sí misma, que tiene que dejar de criticarse, olvidarse de su tradicional división y mostrar su fortaleza, su carácter y sus garras, y no las uñas de manicura recién pintadas que hemos presentado, no es el momento del postureo ni de la última foto sino de lo que realmente nos interesa; cuando, además, aunque parezca que no pasa nada, que todo sigue igual y como siempre; podría darse el caso de volver a repetir aquella historia de hace ochenta años que nos llevó al abismo.
Hoy los hechos que dejan al pairo y sin valor tratados como el del Espacio Schengen o la Euroorden, nos ponen de nuevo frente a algunos países (Alemania, Bélgica, Escocia, Suiza) con la única y dignísima pero exigua defensa del JUEZ LLARENA, y están dando señales de que el separatismo independentista no es suficiente motivo para que; a pesar de poner en peligro, no solo la nuestra, sino su propia integridad y existencia; reaccionen y por una vez se posicionen a favor de España.
¿Pero qué se podía esperar?… que nos hubieran tenido en cuenta sería bueno y de gran ayuda pero me temo que supondría lo mismo. La entrada en la UE nos reconfortó y nos aportó muchísimo, porque sobre todo nos permitió despojarnos de nuestros complejos, descubrir su verdad y la nuestra, y ahora que ya conocemos el “percal” y las carencias para la supuesta unificación política solo nos queda insatisfacción por no decir frustración y decepción.
Aunque sea un mal consuelo, la UE (me gustaría equivocarme) es una quimera cargada de pretensiones que no terminarán nunca de hacerse realidad, que anunciaban un mercado único y lazos no solo económicos sino fraternos a partir de los que se habría de llegar a la unidad política, a ser un bloque democrático que impidiera los brotes totalitaristas, racistas, xenófobos y secesionistas, que tendría voz propia ante las tres potencias: USA, Rusia y China. Sin embargo, desmantelado el Telón de Acero, USA ya no nos ve como su principal aliado, la OTAN hace aguas, y se nos imponen aranceles; Inglaterra se va, y lo único que se deja ver es una lentitud agónica en todas sus decisiones, desunión, anarquía, insolidaridad, despilfarro económico, temor a las elecciones internas de cada país y, ante todo, que es incapaz de llevar a cabo, ni siquiera mínimamente, su propia organización.
Perdón por salirme del buen gusto. Por mí que se vayan al “guano“… o como se diga.
Manuel Jiménez García (21,08,2018)