Nos hemos dotado de pautas como lo hace la propia naturaleza con sus consabidas estaciones y sus formas de ofrecer la vida. Nosotros hacemos una parada cada año para reflexionar o para hacer balance de lo acontecido y marcarnos retos y metas para el próximo periodo de tiempo que, como digo, fijamos en un año natural.
Este año ha venido marcado por dos asuntos muy diferentes que nos han tenido muy preocupados: por un lado el esperpento catalán, que ha presentado una realidad deformada y grotesca, a la vez que ha degradado los valores de Cataluña consagrándolos a una situación ridícula, y ha puesto en solfa de preocupación y desasosiego a todos los españoles; y por otro se nos ha destacado lo importante que puede llegar a ser el agua. La sequía y la falta de recursos hídricos nos han puesto en una situación de alerta que merece la pena estudiar y no descuidar.
Además, como en años anteriores, aún seguimos embarcados en los problemas del paro, de la desigualdad, de la deslocalización, de las pensiones, etc., en definitiva de las dudas que genera la Sociedad del Bienestar; un sistema que se podría decir que acaba de empezar y sin embargo ya parece decadente. Y todo ello, incluso, aderezado de conductas (xenofobia, racismo) que podrían tener su génesis en la falta de una cultura positiva y democrática, herencia de un pasado próximo que desencadenó contiendas impulsadas por movimientos nacionalistas y nos aportó bloqueos y telones de “acero” que produjeron penumbras y tristeza.
Bien, pues todo ese pesimismo que veríamos fácilmente en el horizonte a poco que fijáramos la atención y fuéramos al detalle (Refugiados, emigración, paro, hambrunas, superpoblación, desertización, calentamiento global) se ve, pretendidamente, neutralizado con el magnífico balance presentado por la Oficina de Naciones Unidas para el Desarrollo, que nos confirma a bombo y platillo la mejora en líneas generales del bienestar social: la desnutrición y la mortalidad infantil han disminuido, tenemos mejor sanidad y más longevidad, la educación, la protección a la infancia, la atención sanitaria, la libertad, ha aumentado el número de naciones democráticas, el acceso al agua potable, etc. etc.
¿En qué quedamos…? Nuestra percepción nos dice una cosa y la realidad otra o, sencillamente, es que hay gustos para todos. ¿No tendrá esto que ver con el PENSAMIENTO ÚNICO…? ¡¡Si hombre!! aquello que nos trajo Schopenhauer, cuya definición era algo así como: un sistema cerrado de creencias que constituyen una unidad lógica para un conjunto de individuos. Herbert Marcuse, nos vino a decir al respecto que este pensamiento lo imponían la clase política dominante y los medios de comunicación de masas. También se dice que es un conjunto básico de creencias que son comúnmente aceptadas por la gran mayoría de la población porque las han visto o leído en los medios de comunicación, universidades, o centros de propagación, sin profundizar en la información ni cuestionar su fondo o realidad.
Cosas como éstas están detrás de asuntos como el “Procés catalán” o el Estado Islámico “Daesh”, y tampoco deja de ser curioso que sea muestra de ello lo acontecido tras la caída del muro de Berlín y la inoperancia del sistema económico socialista soviético. A partir de entonces el capitalismo hizo su gran presentación, autoproclamándose como la única vía posible y fueron sus postulados neoliberales los que se convirtieron en pensamiento único. Su expansión en la sociedad y en la cultura ha tenido lugar en todo el planeta, China y Rusia incluidas, con su centro neurálgico en Washington – USA (FMI, Banco Mundial, Reserva Federal Americana, etc.). Su flamante ideario está basado en la salva guarda y rescate del entramado financiero, en la lucha contra el déficit público mediante la reducción del gasto (menos impuestos), en la privatización de empresas públicas y servicios públicos (magníficos negocios), en la liberalización del comercio y del mercado de capitales a nivel mundial (paraísos fiscales) y en la desregularización del mercado laboral (amortización sindical) poniendo en los altares la competitividad y la eficiencia (tecnificación, robótica – deslocalización y desempleo). A todo ello habría que añadir la compra de los medios de comunicación por los grupos de poder económico, pasando “la información” de ser un derecho a ser un medio de manipulación contra todo aquello que ponga en tela de juicio al dichoso pensamiento.
Éste se cuela en los telediarios, en nuestras universidades, en nuestras conversaciones, en nuestra mente. Nos dice que hemos de ser moderados, que hemos de tener en cuenta el orden y la seguridad jurídica y que el paro, el hambre, la superpoblación o el calentamiento global, están controlados o en vías de solución. Añade a nuestro dietario un buen paquete de futbol, eventos deportivos, espectáculos, mucha publicidad y los objetos de valor que podríamos comprar y poseer si perseveramos y cumplimos sus exigencias. Mientras tanto asumimos el hecho de que también podemos ir al paro, a la precariedad y a formar parte de ese, cada vez más grande, ejército de parias que algún día tendrán que resolver y que espero no opten por disolver.
A pesar de todo, y ya visto que tenemos que leer más e informarnos debidamente y mejor, hemos de reconocer que del otro lado, el de los no afectados, se pasan a diario cientos de miles de personas. Es decir nadie quiere vivir lejos del llamado primer mundo, de la sociedad de consumo y del más o menos “garantismo democrático” que nos proporciona el llamado neoliberalismo; por duro que esto parezca.
Con ello se supone que la mayor parte de la sociedad se libera de la pobreza extrema, que tiene la oportunidad de luchar contra la ignorancia, que puede apartarse y ser- curiosamente – crítica con el dogmatismo, que no tiene por qué tenerle miedo al poder, y que podrá respetar y ser respetado por el vecino, así como rechazar las discriminaciones, etc., etc. Y a pesar de todos los horrores que podemos constatar, y de que no es siempre la razón sino el dinero el que nos gobierna y controla; lo siento mucho… pero hoy por hoy parece ser que es difícil encontrar otro marco mejor de convivencia.
Por tanto, lo que nos hemos de poner como meta es la imprescindible y permanente revisión y el control de nuestras instituciones democráticas. Nuestra democracia tiene que estar por encima de las pautas que marca el pensamiento único que no son otras que las de “un mercado salvaje y devorador”. Si le dejamos sin ningún control, si pretendemos que sea ese tipo de mercado el que marque nuestro devenir, no tendremos futuro. El paradigma de este pensamiento lo representa perfectamente Donald Trump, y le ha faltado tiempo para desdecir a los Estados Unidos de sus compromisos en pro de la biosfera y posicionarse en contra para favorecer la protección de sus proyectos industriales y contaminantes.
El monstruo podría comerse a su creador. No tenemos más remedio que replantearnos un nuevo humanismo que nos conduzca de nuevo a la razón y a dominar desde la libertad todo aquello que pueda afectar a nuestra vida presente y por ende a nuestro futuro; las leyes del mercado también son válidas pero tienen que estar en armonía con las de la naturaleza para que ni sobren parias ni falten bosques, y para que no tengamos que soportar ni tiranías ni disfunciones naturales propiciadas por el abuso sin medida del medio natural.
“Ser feliz no es una fatalidad del destino, sino una conquista para quien sabe viajar para dentro de su propio ser. Ser feliz es dejar de ser víctima de los problemas y volverse actor de la propia historia”. (Papa Francisco)
Manuel Jiménez García (25.01.2018)